El aislamiento y su hermana la soledad

Dios puede libertar al prisionero
13 febrero 2006
Salmo 31
13 febrero 2006

Recuerdo un maestro de escuela que siempre nos decía que nuestro corazón es como nuestro hogar. A veces permitimos que las personas entren en nuestro hogar y las conocemos. Hablamos con ellas y llegamos a ser amigos y así comenzamos a interesarnos y cuidarnos unos a otros. A veces esas personas que hemos permitido entrar a nuestro hogar nos animan y nos dan alegrías. Pero…a veces hay personas que nos dicen o hacen cosas que nos lastiman.

Hay varias clases de casas u hogares con los cuales podemos comparar nuestro corazón. Por ejemplo algunas de ellas no tienen portones ni puertas, son solo lugares abiertos por donde cualquiera puede pasar. Si comparas tu corazón con un lugar así, esto significa que otros pueden pasar y alegrarte como tal vez otros puedan dañarte de la manera que a ellos se les ocurra. Esa clase de hogar es demasiado abierto y no es saludable para ti. Tus sentimientos pueden llegar a ser muy lastimados.

Pero podemos comparar nuestro corazón a un hogar que tiene puertas. Esta puerta tiene una cerradura y puedes elegir a quien permitirás entrar y a quien no. Si tu corazón es como esta casa tienes la oportunidad de elegir sabiamente con quienes compartirás tus sentimientos, a quien amarás y cuidarás y a quien permitirás que te ame y cuide de ti. Este es un corazón sano y una manera saludable de vivir.

Finalmente, nuestros corazones son como esos hogares que están completamente cerrados. Las puertas y ventanas están cerradas y permanecen cerradas. Esta casa tiene una cerca electrificada alrededor sobre la cual colgaron un cartel que dice “NO PASAR”. Dentro de ella está oscuro y silencioso. La persona cuyo corazón se compara a esta casa sufre de soledad. Está incomunicada en esta casa oscura y completamente cerrada. Es muy infeliz.

Una amiga nos contó la historia de su ida. Ella nos dijo: “No hace mucho yo era una mujer muy sola. Mi corazón estaba fuertemente cerrado y no permitía a nadie en mi interior. Había sido herida y tenía miedo de que me lastimaran otra vez. Tuve miedo de ser abandonada nuevamente. Así que a pesar de los sentimientos de dolor por el rechazo de otros, elegí rechazar yo también, no permitiendo a nadie llegar a mi vida. No le contaba a nadie mis sentimientos casi nunca, me los guardaba para mi misma. Me mantenía aislada de los demás, solo a veces permitía un poco cierta intimidad. Pensé que así estaría más segura pero sabes, era muy infeliz.”

Esta amiga nos contó: “Un día mi compañera de trabajo me dijo: ¡No te puedo conocer! Siempre te mantienes tan cerrada en ti misma, ¿por qué actúas así? La pregunta de mi compañera me incomodó por varios días. Finalmente me di cuenta de que tenía miedo de ser lastimada otra vez. Pero decidí que no quería seguir viviendo así y comencé a buscar la manera de cambiar. Me relacioné con una pocas amigas especiales y les compartí algo de mis sentimientos. Eran personas en quien podía confiar y comencé a salir y divertirme con ellas.

Ahora me siento mejor, puedo reír y disfrutar. Cuando miro para atrás noto cuán diferente soy ahora. Mi casa ya no es oscura y cerrada, mi corazón tampoco. Nunca más quiero pasar por lo que pasé. Ahora soy diferente. Estoy comenzando a construir una nueva vida!”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *