Divino Maestro (de Francisco E. Estrella)
20 febrero 2006Domingo de resurrección
20 febrero 2006Hemos visto en varios de nuestros programas muchas mujeres que siguieron a Jesús y le servían. Algunas le acompañaron hasta la cruz y aún hasta el cementerio para ver dónde sería puesto su cuerpo. Fueron las mujeres las primeras en enterarse que Jesús resucitó. Debe haber sido realmente maravilloso estar allí cuando Jesús volvió a la vida abandonando la tumba. María la madre de Jesús también le siguió muy de cerca y vio todo lo que sucedió con su hijo. Queremos compartir con ustedes un monólogo de María junto a la Cruz.
Hemos visto en varios de nuestros programas muchas mujeres que siguieron a Jesús y le servían. Algunas le acompañaron hasta la cruz y aún hasta el cementerio para ver dónde sería puesto su cuerpo. Fueron las mujeres las primeras en enterarse que Jesús resucitó. Debe haber sido realmente maravilloso estar allí cuando Jesús volvió a la vida abandonando la tumba. María la madre de Jesús también le siguió muy de cerca y vio todo lo que sucedió con su hijo. Queremos compartir con ustedes un monólogo de María junto a la Cruz.
Mientras permanecía cerca de mis amigas, le oí decir: “Padre perdónales porque no saben lo que hacen” (Lucas 23). Mi corazón estaba tan quebrantado y dolorido de verlo allí colgado con los clavos cruelmente clavados en sus manos y pies. Ese era mi hijo amado…que hacía más de treinta años fue anunciado por un ángel.
Yo era tan joven entonces y estaba comprometida con José. Al principio tuve temor, pero él dijo: “María, no temas porque Dios decidió bendecirte! Y ahora quedarás embarazada y darás a luz un hijo y le llamarás Jesús” (Lucas 1)
El ángel continuó: “será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor le dará el Trono de David, su padre…”
Pero yo estaba muy confundida, pues José y yo no estábamos aún casados y pregunté, “¿Pero cómo voy a tener un bebé? Soy virgen”
Su respuesta me asombró… “El Espíritu santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual también el Santo ser que nacerá será llamado Hijo de Dios”.
Que podía decir…yo estaba asombrada y simplemente respondí, “Soy la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a Tu Palabra”. Luego el ángel se apartó de mi dejándome sorprendida.
Miré a mi amado hijo colgando de esa cruz…y pensé todo se terminó…pero no, el ángel me dijo que reinaría sobre Israel y su reino nunca acabaría. Seguramente ellos le bajarán de esa cruz y le dejarán libre.
Pero luego oí a los soldados gritándole: “¡Si eres el rey de los judíos sálvate a ti mismo!” Y clavaron una inscripción arriba en la cruz que decía: “Este es el Rey de los judíos”. Se burlaron y salivaron sobre él.
Tiraron su única al piso. Cuánto me hubiera gustado llevarla a casa…era una linda túnica que yo había tejido para él, sin costuras y valía mucho…era todo lo que le había dejado. Pero cuando me acerqué los soldados discutían sobre esa vestidura, “no la rompamos echemos los dados para ver quien se la lleva” y recordé el Salmo 22 de David que dice “Repartieron entre si sus vestidos, echando suertes”
Me quedé pensando en su niñez, cuan bueno había sido, siempre ayudando a otros niños. Cuando tenía tan solo 12 años, pensamos que se había perdido. Lo buscamos por tres días y finalmente lo encontramos en el templo, sentado en medio de los religiosos discutiendo temas profundos. Cuando le preguntamos por qué lo hizo, él respondió: “No sabe que en los negocios de mi padre me es necesario estar”.
Pero, allí estaba yo con mis amigas, llorando frente a la cruz y acercándome por si podría decirle unas palabras de consuelo. El me miró con tanto amor y compasión y me dijo: “Mujer allí está tu hijo” y señaló a Juan. Juan era muy especial para Jesús. Y a Juan le dijo: “Juan allí está tu madre”. Aún en su agonía se preocupó por nosotros.
Un poco más tarde, estando parados allí, la oscuridad cubrió el lugar y hubo muchas tinieblas. Jesús alzó sus ojos al cielo y clamó a gran voz diciendo: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”. (Lucas 23) y habiendo dicho esto expiró.
María recordó en esos momentos la escena vivida en Jerusalén cuando junto a José habían llevado al bebé al templo. Allí estaba Simeón el anciano que mirando al bebé dijo a María, “Este niño será rechazado por muchos en Israel y como una señal que será contradicha…y una espada traspasará tu misma alma”. Y yo entendí que ese tiempo había llegado y que El se iría con su verdadero Padre.
Los soldados se acercaron para ver si aún estaba vivo. Cuando comprobaron que había muerto, uno de ellos le traspasó el costado con una lanza y brotó sangre y agua de su interior. Recordé las palabras del profeta Zacarías. “Y miraron a quien habían traspasado” y pude entender todo lo que se me había dicho de Jesús.