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“Mi hijo tiene tan sólo dos años. Días pasados me encontraba con él en el Hospital. Fue operado después de sufrir un accidente. Pasó mucho dolor. Allí junto a su cama teniendo su mano entre las mías sus ojitos suplicantes me decía de su sufrimiento. No era el único en la sala; había otros niños y otras mamás. Las madres que cuidaban a sus hijos se esforzaban por sonreírles y darles palabras de ánimo pero apenas salían al corredor se les veía sollozar y las lágrimas corrían por sus mejillas.

Una mañana recuerdo bien, mientras los médicos atendían a mi hijo, estaba de pie en el corredor y mirando por la ventana. Era un día hermoso, sereno y lleno de sol. Podía ver desde allí un hermoso jardín con flores, árboles y césped recién cortado. Sentí en mi interior mucho deseo que todo estuviera bien sin embargo el dolor oprimía mi pecho.
No deseaba sentir ese dolor pero allí estaba como una espada atravesando mi corazón de madre. Estaba absorta en lo mío pero al mirar a mi alrededor vi. a otras madres limpiando sus ojos mojados de lágrimas.
Como soy Cristiana, de pronto un pensamiento atravesó mi mente. Pensé en el dolor de Cristo Jesús muriendo en la Cruz y me dije: el dolor en verdad es algo misterioso y debe tener algo de bueno en nuestra vida, ya que Dios al venir a este mundo en su hijo, pasó por mucho dolor. Sus últimas horas fueron sólo sufrimiento. Recordé lo que dice la Biblia acerca de su dolor. Sus últimas horas fueron sólo sufrimiento. Recordé lo que dice la Biblia acerca de Jesús en el libro de Isaías: “Y sin embargo fue nuestro dolor el que el sufrió, nuestras penas las que lo agobiaron, y nosotros pensábamos que sus tribulaciones eran castigo de Dios por los pecados suyos. Pero Él fue herido y maltratado por los pecados nuestros.”
Esto me llevó a pensar que el dolor no el algo sin sentido y que Jesús sufrió por amor a nosotros.
Me dije a mi misma; trataré también yo de hacer como Él, transformar mi dolor en amor.

Y en aquel corredor del hospital, frente al ventanal oré entre lágrimas; Señor, hoy quiero unir mi dolor al tuyo y te lo ofrezco con amor dando lo mejor por mi hijo.
Acéptalo como una ofrenda.
Así aprendí a tomar mi sufrimiento cada vez que se me presenta y darlo como una ofrenda a Cristo por permitirme entender en algo lo que Él tuvo que sufrir por mi”.

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