La vara de medir

Una mujer de valor
25 septiembre 2006
«Perdonar»
4 octubre 2006
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Sara Romero era una de las muchachas más ingeniosas y populares de la escuela. Era la primera de sus clases, en todo lo que emprendía rebosaba de entusiasmo. Cierto domingo por la mañana Sara se puso su vestido nuevo y se fue al templo. Su pastor, el señor Treviño predicó sobre el texto: “creced en la gracia” (2 Pedro 3:18).
“Bueno” dijo Sara, “procuraré recordar el texto para decirlo a mi abuela. Y enseguida sus pensamientos se fueron hacia otras cosas y no oyó mucho de lo que dijo el predicador. Pero las palabras “creced en la gracia” quedaron impresas en la mente de Sara. Cuando ella se durmió esa noche el texto del sermón volvió en la forma más curiosa, como un sueño, el más extraño de los sueños que jamás había tenido y se lo contó a su tía el día siguiente.

“Soñé que iba para la escuela cuando de repente noté un gran gentío reunido en la plaza. Cuando pregunté a que se debía una niña me dijo: Es el día de medir, y el ángel del Señor ha venido para ver cuánto han crecido nuestras almas desde la última vez que midió.

Allí en el centro estaba el ser más glorioso y hermoso que jamás había visto. A su lado había una vara de medir dorada, alta, fija en el suelo de modo que quedara muy derecha. Sobre ella estaban las palabras: “La Medida de la Estatura del Varón Perfecto”. El ángel sostenía en su mano un gran libro en el cual escribía la medida de cada persona cuando ésta acudía al ser llamada por su nombre.
Al instante que cada uno tocaba la medida dorada sucedía la cosa más extraña; cada uno se encogía o crecía según su crecimiento espiritual.

“El primer nombre que se mencionó fue el de la señora Elisa Cortés. Ella es muy activa en las sociedades de beneficencia de la ciudad, así que yo pensé: “Seguramente la medida de la señora Cortés será muy alta” Pero cuando ella se paró junto a la vara de medir al instante comenzó a decrecer más y más y la cara del ángel se puso muy seria cuando dijo “Esta sería un alma de elevada estatura si el celo por los trabajos exteriores, trabajos que pueden ser visto por los hombres, no hubieran ahogado el hermoso secreto de la gracia divina de la humildad, confianza y paciencia en los pequeños esfuerzos diarios.
“Me dio lástima ver a la señora Cortés, al retirarse para dejar el lugar al que seguía, con su cara tan triste y sorprendida. Siguió Beatriz Pérez, la costurera. Jamás me había asombrado tanto en mi vida como cuando ella se colocó al lado de la vara de medir, pues inmediatamente creció y su cara resplandecía. Y cuando el ángel escribió en su libro dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” Pasó Beatriz y el señor Treviño la reemplazó.
“Yo sabía que su medida sería buena y así fue.
El ángel dijo “¡Cuan hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Ganar almas para Cristo es el camino más seguro para experimentar el crecimiento de la propia alma.
“Después de esto” siguió Sara en su relato “comencé a temblar. Pues, ¿Cuándo había yo procurado ganar almas para Cristo? Hace dos años acepté a Cristo como mi Salvador, pero perdí interés en las cosas espirituales y de la iglesia. Así es que tuve miedo a que llegara mi turno.
“Pero en ese momento fue llamado Salomón Ramírez y pensé: “Con seguridad su marca será casi tan baja como la mía, pues es el muchacho más alegre que conozco y tan amante de los deportes como yo”. Pero he aquí otra sorpresa él midió tanto como Beatriz y el ángel dijo “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” así crecerás a la altura del varón perfecto.
Entonces supe que aquel muchacho había prestado más atención a las cosas espirituales que yo.
“Y entonces me nombraron, y yo temblaba tanto que difícilmente pude llegar hasta el ángel, pero él me rodeó con su brazo y me ayudó a mantenerme derecha junto a la vara de medir.
Tan pronto como la toqué sentí hacerme más y más chiquita.
“Me puse roja de vergüenza y en voz baja le dije al ángel:-¡Déme otra oportunidad antes que me ponga en el libro una marca tan baja! Dígame como crecer, lo haré todo gustosamente, pero no ponga esa marca.
“El ángel movió tristemente su cabeza y dijo:
-el registro debe seguir como está. Tal vez serás más alta cuando te vuelvas a medir. Esta regla te ayudará: “Y todo lo que hagas, hazlo de corazón como para el Señor y no para los hombres… porque a Cristo el Señor sirves”. El entusiasmo que pones en las cosas del mundo ponlo en las cosas de Dios y Cristo te ayudará.
“En este momento desperté y estaba llorando. Nunca olvidaré este sueño.
Estaba tan apenada por mi marca, y de rodillas pedí que Dios me ayudara a crecer más y más a la semejanza de Cristo y ser una persona de valor para los que me rodean y para mí también.

¿Cuál sería tu medida, amiga si hoy fuese el día de medir?

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