Autoestima y belleza


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Sales cada día a hacer tus compras o mientras vas al trabajo puedes ver lugares de venta de revistas. Muchas de ellas con coloridas tapas desplegando fotos de glamorosas, radiantes y bonitas mujeres. Surge algo dentro de ti que te hace comparar tu cuerpo al de estas jóvenes modelos. Nada parece sobrarles, tienen el estomago tan chato, parecen tan perfectas… ¿Es que ellas no comen?

Nuestra sociedad premia la perfección física.
Es casi imposible evitar ver imágenes de cuerpos perfectos que constantemente nos confrontan a través de la pantalla del televisor. El resultado es que millones de mujeres alrededor del mundo se compadecen de si mismas en la manera en que se ven. Y millones de personas discriminan a otros a causa del color de la piel, del tamaño, peso, ojos, nariz, discapacidad y otros que tú puedes nombrar.

¿Cuántas dietas hemos probado a través de los años?
Tenemos que andar con esta “fobia” entre personas que miran nuestra experiencia, aterrándonos con la idea de ganar más peso e incapaces de aceptar nuestros cuerpos, odiándonos a nosotras mismas porque somos infelices con nuestra propia imagen. Es realmente destructiva la manera en que muchas mujeres corren obsesivamente tras la “perfección”.

Cuando te miras al espejo ¿cómo te sientes contigo misma? ¿Te desalientas con lo que ves?
Déjame compartir contigo esta historia que leí:

“Una vez una compañía de cosméticos hizo un certamen, una competencia y para ello pidió a la gente que enviara fotos de las mujeres más hermosas que conocían. Una carta llamó su atención fue la de un niño.
Les decía que la mujer más hermosa vivía calle abajo por donde el vivía. Jugaba al juego de damas con él, escuchaba sus problemas y siempre le decía que estaba orgullosa de él cuando se iba.
El muchacho decía en su carta: “Espero que un día tenga una esposa tan linda como ella”.
Cuando el presidente de la compañía abrió la carta y sacó la foto de la mujer, se encontró con el retrato de una mujer anciana con su rostro lleno de arrugas.
Tenía su cabello áspero, recogido con un moño atrás y le faltaba algún diente. El presidente se sonrío y dijo: “No podemos usar a esta mujer, porque entonces el mundo sabrá que no necesita de nuestros productos para ser bello”.

¡Qué lección! Puede ser sólo una ilustración pero suficientemente poderosa para enseñarnos una gran verdad: La belleza se relaciona más con nuestra vida interior que con nuestra imagen exterior.
Podemos evitar el enfocarnos en nuestra apariencia física al punto de la obsesión, si hacemos un equilibrio entre el desarrollo del carácter y el mantenimiento del cuerpo.

Así que otra vez, cuando estés frente a una exposición de revistas considera esto: Lo que estás mirando no necesariamente es lo verdadero. La mayoría de las mujeres no tenemos un “cuerpo perfecto”.
Las fotos de las jóvenes en las tapas de las revistas no representan la realidad.
Pero, nos preguntamos ¿es importante nuestra apariencia? Yo te digo que sí, que lo es.
Pero con lo que debemos trabajar es con nuestra actitud y hacer la paz con nuestro cuerpo. Si no estás satisfecha con tu apariencia física, te invitamos en primer lugar a trabajar y disciplinarte a ti misma de que debes aceptar lo que no puedes cambiar.
Por otro lado hay cosas que sí puedes mejorar como por ejemplo, arreglar tu cabello de la manera que te quede mejor, usar cremas y maquillajes para tu rostro, escoger las ropas que te queden más elegantes y mejorar así tu aspecto externo.

Pero hay algo más importante aún, nuestra salud física. Deberíamos aceptar el hecho que nuestro cuerpo nunca será perfecto pero puede ser más sano. Haciendo ejercicios, durmiendo lo suficiente, y comiendo sabiamente, eventualmente te conducirá a un cuerpo más sano.
Muchos psicólogos relacionan los complejos de inferioridad con un sentido de baja autoestima.

Quiero contarte esta historia como un ejemplo de lo que es la verdadera belleza.
Es la historia de una mujer que oí y vi en un programa de televisión. Ella había formado una compañía de teatro, estaba siendo entrevistada junto con otros miembros de su compañía. Lo inusual era que esta compañía incluía a aquellas personas que habían sido rechazadas por la sociedad en quienes no habían visto nada digno de rescatar. Eran discapacitados de diferentes maneras, retardados, ciegos, con cicatrices físicas y mentales. Este grupo obtuvo taquilla no porque ellos fueran caritativos sino más bien porque sus jóvenes productores habían aspirado a perfeccionar su arte bajo estricta supervisión.
Ella miraba más allá de sus aparentes carencias, miraba hacia el potencial que podría descubrir.

La joven explicó: “Yo era una niña fea. Sufría de baja autoestima. Mis ojos eran enfermos, yo usaba unos anteojos gruesos, mis compañeros se burlaban de mí llamándome con diferentes notes o sobrenombres.
Continuamente todo lo que quería era disparar y esconderme. Mis calificaciones en la escuela eran bajas; se me consideraba una tonta”.

Pero esta mujer creció y decidió hacer algo digno con su vida. Recuerdas la historia del “patito feo” llegó a ser un “cisne hermoso”.
Como ella no era egoísta, deseó para otros lo que había logrado para sí misma. Luego contó algo muy significativo que le sucedió cuando la tarea que había emprendido parecía marchar muy bien.
Ella estaba embarazada y el ensayo ese día no estaba saliendo bien, los jóvenes no estaban respondiendo como ella pretendía. Ella se distrajo, tropezó y cayó. Rápidamente la llevaron al hospital, pero perdió a su bebé. Acostada allí en la oscura sala del hospital; destrozada por la tristeza, llorando y cuestionándose “¿por qué?”
Quería darse por vencida a los esfuerzos de llevar adelante el teatro.
Pero en ese momento sintió un suave golpe en la puerta; para su sorpresa un joven del grupo teatral, que nunca antes había viajado solo (por su discapacidad), entró al cuarto del hospital.
Él era aprehensivo y caminaba cojeando (rengueando) y debía tomar un ómnibus para ir a verla.
De algún modo sacó coraje para hacer lo que nunca antes había hecho en su vida. Se acercó a la ventana, abrió la persiana y tartamudeando le dijo “nosotros te necesitamos”.
Ella se incorporó, sacó fuerzas de su interior y sobreponiéndose a su auto-compasión decidió continuar con la tarea a la cuál Dios la llamó que hiciera. En su testimonio ella dijo: “Ese día yo perdí a mi bebé pero yo volví a renacer”. Dios la usó para ayudar a otros a experimentar un nuevo nacimiento en su auto-estima.

¿Qué podemos aprender de esta joven mujer?

Si estás en el momento de sobrellevar una pobre auto-imagen y autoestima de ti, si has reconocido a Jesús como tu Salvador y Sanador el fundamento está puesto. Entonces toma nuevos desafíos y trata de alcanzar a otros. Te hará mucho bien a ti misma y a los demás.
Aprende a compartir con otros, no te encierres en ti misma. Sé amable con las personas, muéstrales genuino interés y haz cosas por y para otros. Deja de tenerte lástima, no sigas todo el tiempo pensando en ti, eso es egoísmo.

Hay un sin límite de maneras en que puedes bendecir a otros. Si eres vergonzosa, trata de comenzar una conversación sonríe con el gozo del Señor.
Comparte cumplidos con gracia, por ejemplo dile a otros: “que bonita se te ve” o “qué bien haz hecho tu tarea”, o simplemente permite que otros te conozcan y sepan que les quieres. No te quedes encerrada en tu casa, ni en ti misma. ¡Cuántos necesitan un toque de cariño de tu parte!

Y finalmente mírate otra vez al espejo, pero al espejo de Dios que es Su Palabra. Allí encontrarás que eres una creación única y especial, hermosa y maravillosamente hecha. Tu cuerpo no es tuyo, es un préstamo de tu Padre Celestial, que cuida de tu bienestar físico y espiritual.

Si te miras en el espejo de la sociedad donde vives puedes parecer que eres fea e imperfecta.
Pero, si te miras en el espejo de Dios surgirán esas cosas bonitas con las que el Señor quiere adornar tu vida.

La sociedad te juzga con estándares equivocados. Te dice: no eres hermosa porque no tienes cuerpo de modelo.
Gracias a Dios, hoy podemos abrir nuestros ojos a la verdad. Nuestra dignidad y valor no se miden por la apariencia externa.
Somos un tesoro porque somos creación de Dios.

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