Samuel y Eli

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S¿Recuerdas la historia acerca de Ana y Samuel? Ana oraba a Dios por un hijo. Dios respondió su oración y pronto estaba en la espera de un hijo. Ana prometió que ella devolvería ese hijo a Dios nuevamente.
Ana debe haber hablado con Samuel acerca de lo que estuvo sucediendo y lo que vendría luego. Estoy segura que ella le guiaría amablemente mientras lo tenía en el hogar. Y estoy segura que luego de haber ido a vivir al templo, ellos hablarían cuando la mamá lo visitaba una vez al año, en el tiempo de la fiesta del sacrificio anual, acerca de buscar los caminos de Dios para su vida. Después de todo, él estaba en el templo porque ella se lo había prometido a Dios que su hijo le serviría toda su vida. Cuando Samuel era muy pequeño, su mamá le dijo que Dios tenía un gran trabajo para que él hiciera cuando fuere grande. Puedes imaginar que debe haber sido muy difícil para Ana ver a su pequeño hijo una sola vez al año.

Pienso que Samuel tendría tan sólo unos cuatro años cuando su madre Ana cumplió con la promesa a Dios de llevarlo al templo para servir al anciano Elí.

Veamos cómo lo cuenta la Biblia:
“El templo estaba oscuro, con las sombras proyectándose sobre los altos muros. Sólo un pálido reflejo de luz provenía de las lámparas prendidas en el lugar donde los sacerdotes hacían los sacrificios. Samuel se acomodó con la manta que cubría su pequeña cama y pronto se quedó dormido. Eran unos pocos años desde que él vino aquí y aprendió muchas cosas interesantes mientras trabajaba con el anciano Eli

El día para Samuel comenzaba temprano. Desde que fue a vivir al templo se le dio muchas tareas para hacer. Debía encender las lámparas de oro cada día y estar seguro que estaban llenas de aceite para mantenerse siempre alumbrando. Debía reemplazar el pan diariamente, limpiar la gran pileta y llenarla de suficiente agua como para que los sacerdotes se lavaran cada día.

A la noche prendía una pequeña lámpara en su cuarto y caía exhausto. A veces al acostarse en su pequeña cama, sentía que una lágrima se le deslizaba por la mejilla. Extrañaba a su mamá. ¡Cómo anhelaba sentir sus brazos a su alrededor y escuchar su tierna voz llamándolo por su nombre.

El anciano Eli, el Sumo sacerdote, era el amigo de Samuel. Pasaba horas cada día enseñándole y respondiendo sus muchas preguntas. Antes que Samuel tuviese doce años, podía leer los rollos Hebreos que Eli preparaba para él.
La época favorita en el año para Samuel era el tiempo del sacrificio anual, cuando su familia viajaba por muchos días para llegar y adorar en el templo. Su madre le llevaba una nueva túnica que había tejido para él, y se sentarían a conversar en los fogones de los atardeceres. Su madre le recordaría del gran trabajo que Dios tenía para él y debido que Samuel la amaba y amaba a Dios, la escuchaba y estaba contento de servirle en el templo.

“En esos días el Señor apenas hablaba directamente a las personas y no se le aparecía muy a menudo en sueños. Pero una noche, Elí estaba dormido en su cuarto y Samuel dormía sobre una estera cerca del arca sagrada en la casa del Señor.
Mientras Samuel se entregaba al sueño, escuchó una voz llamándolo por su nombre:
“¡Samuel!” Queriendo saber si Eli necesitaba algo, se deslizó de su cama y corrió hasta el cuarto donde dormía Eli. “Heme aquí ¿para qué me has llamado?” Eli respondió: -Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte. Samuel se volvió y se acostó y Dios volvió a llamarlo. _¡Samuel!-
Samuel se levantó y volvió a ir donde Eli y dijo: -Heme aquí. ¿Para qué me has llamado? Eli respondió: -Hijo mío, yo no te he llamado. ¡Vuelve a acostarte!
Una tercera vez, Samuel escuchó su nombre que alguien le llamaba y corrió a la pieza de Eli. Y dijo: “Estoy seguro que tú me llamas.” Eli le dijo: “No mi hijo, yo no te he llamado… vuelve a dormir.”

Dios no le había hablado a Samuel directamente, antes de eso y por eso Samuel no reconoció Su voz. Así que cuando Dios lo llamó por su nombre por tercera vez, Samuel fue a Eli y le dijo: “Aquí estoy. ¿Qué necesitas?”
Entonces Eli, el anciano sacerdote entendió que Dios llamaba al joven. Y Eli dijo a Samuel: “Vé y acuéstate y sucederá que si te llama, dirás: “Habla Señor que tu siervo escucha.”
Entonces vino el Señor, se paró junto a él y lo llamó como las otras veces: “¡Samuel, Samuel!” “Habla Señor que yo escucho- ¿Qué quieres que yo haga?”

El Señor dijo a Samuel: “He aquí voy a hacer algo en Israel que a quien lo escuche, le retiñirán ambos oídos. Castigaré a Eli y a su familia así como lo he prometido. Él sabía que sus hijos rehusaban respetarme y él no les ha reprochado. Por tanto les he advertido que los sacrificios y ofrendas nunca harían correctas las cosas. Su familia ha hecho cosas terribles.”
A la mañana siguiente Samuel se levantó y abrió las puertas de la casa del Señor. Tenía temor contarle a Eli la visión que tuvo. Pero Eli le dijo: “Samuel, hijo mío, ven aquí”
“Aquí estoy, le respondió con temor. “¿Qué te ha dicho Dios?, le preguntó. Dímelo todo. Así te haga Dios y aún te añada, si me encubres una palabra de todo lo que ha hablado contigo.
Así que Samuel le contó todo a Eli. Entonces él dijo: “Él es Dios. Que haga lo que le parezca bien.” Y Samuel creció y el Señor le ayudó e hizo todas las cosas que Dios había hablado. Todos en el país supieron que Samuel era el verdadero profeta de Dios. A menudo se le aparecía a Samuel para decirle qué debía hacer.”

Hasta aquí la historia de la Palabra de Dios.

¿Qué hubieras hecho tú, amiga, si tuvieras que dejar a tu hijo de cuatro años que saliera de tu casa para ir a vivir y trabajar con el anciano sacerdote? Seguramente resultaría muy difícil para ti.

Para mí también lo sería, pero Ana había hecho una promesa a Dios y quería cumplirla. Y debía haber confiado en Dios para que cuidara del niño. También ella estaría contenta que le había enseñado a Samuel cómo obedecer y hacer lo que se le había dicho que debía hacer.
Quizás alguna vez debas enfrentar que tu hijo se vaya lejos y tú debas confiar que lo que le enseñaste permanecerá en su mente al ir creciendo y le será de ayuda a través de su propia vida.
Dios se interesa mucho en la tarea que debes cumplir como madre. Él quiere que enseñes a tu hijo a buscar a Dios y vivir confiando en el Señor. Puedes orar pidiendo al Señor a ser la mejor madre que puedas. Y puedes orar por tus niños para que sean obedientes y un día aprendan a seguir a Dios y hacer las cosas que a Él le agradan.
Hagamos una oración ahora mismo: Padre nuestro, te agradecemos por nuestros hijos. Ayúdanos a quienes somos madres para que siempre les brindemos buen cuidado y les enseñemos a obedecer. Ayúdanos a enseñarles tus verdades y tus caminos para que cuando crezcan sean obedientes a ti y te sigan. Amén.

1 Comment

  1. Heber dice:

    Para mi es de mucha bendición todas las enseñanzas basadas en la Palabra de Dios… Dios la bendiga hermana, siempre la escucho aquí en Guatemala por radio cultural tgn…

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