
La higiene de las manos
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Agradecemos por RTM Nepal…
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En el artículo «La higiene de las manos» hemos visto cuántas cosas podemos hacer con nuestras manos: cocinamos y preparamos nuestros alimentos, limpiamos nuestras casas, lavamos la ropa de toda la familia, y por supuesto usamos nuestras manos para ayudar a otras personas de muchas maneras. También las usamos para consolar a alguien que se encuentra triste, abrazándole y demostrándole nuestro interés en su problema. Nuestras manos son un hermoso regalo de Dios para nosotras. ¿Qué te parece si juntas le decimos gracias a Dios por este regalo tan especial?
«Gracias, Dios, por darnos las manos para poder hacer tantas cosas. Oramos por aquellas amigas cuyas manos están lisiadas y no las pueden usar como les gustaría hacerlo. Te pedimos que las consueles. Amén»
Es tan cierto que nuestras manos son un regalo de Dios para nosotras, pero cuántas veces las usamos solamente para nosotras. La Biblia nos dice que Dios quiere que usemos nuestras manos para bendecir a otras personas también. ¿Sirvo a Dios con mis manos? ¿Cuándo fue la última vez que usé mis manos para llevar alegría y consuelo a alguien? Si nunca has usado tus manos para servir a Dios puedes hacerte esta pregunta: ¿Qué es lo que puedo hacer para Dios con mis manos?
Mientras lo piensas te contaremos una historia verdadera de la Biblia, la Palabra de Dios, acerca de una hermosa mujer que confiaba en Dios (Hechos 9: 36-42). Vivía en una ciudad llamada Jope. Era muy talentosa y siempre estaba haciendo cosas para otros y ayudando a los pobres. Coser ropas era uno de sus muchos talentos. Al conocer su historia verás que realmente era una muy buena persona.
Dorcas acostumbraba servir a otras personas. Usaba sus manos para coser túnicas y otros vestidos para las viudas pobres de la ciudad. ¡Qué bendición era ella para aquellas pobres y necesitadas viudas! Ella abundaba en buenas obras y limosnas que hacía para ayudar a sus vecinas. Una y otra vez lo hacía y las personas se sentían muy felices con ella y muy agradecidas. Dorcas era una bendición para todos. A través de sus manos ella llevaba gozo y esperanza a aquellas solas y necesitadas mujeres. Un día de forma repentina Dorcas enfermó y murió. Cuánta tristeza rodeó a esa gente por la pérdida de esta maravillosa mujer que tanto les ayudaba. La lloraron mucho. Para ellos era una pérdida increíble e incomparable. ¡La extrañarían tanto! Como era la costumbre de la época, lavaron su cuerpo y la pusieron en una sala de su casa para velarla. En toda Jope se conoció la noticia y hubo mucha tristeza en el pueblo. Ellos pensaban y recordaban esas manos amorosas que tanto habían servido. Las viudas se preguntaban quién las ayudaría ahora en su necesidad como lo hacía Dorcas. Realmente la extrañarían. Reunidas junto al cuerpo estas mujeres derramaron muchas lágrimas por la pérdida de una amiga tan especial.
Dios vio esas lágrimas, vio el deseo de sus corazones. En el Salmo 37:3-4 la Biblia dice que cuando confiamos en Dios y nos deleitamos en Él, el Señor nos dará lo que desean nuestros corazones. Y exactamente eso es lo que hizo Dios. Escucha lo que sucedió: las mujeres que estaban velando a Dorcas supieron que el Apóstol Pedro estaba en la vecina ciudad de Lida y enviaron dos hombres para que le dijeran que no tardara en venir a Jope. Cuando Pedro llegó, las mujeres lo llevaron a la sala donde estaba el cuerpo de Dorcas y llorando mucho le mostraron las túnicas y los vestidos que ella hacía cuando estaba con vida. El corazón de Pedro fue conmovido y sintió compasión de toda esta gente. Pedro confiaba en un Dios que podía levantar a los muertos, un Dios que hacía milagros. Entonces el Apóstol tomó una decisión; pidió a todos que salieran de la sala y él se arrodilló y oró a Dios. Después de la oración se volvió al cuerpo y le dijo: «levántate, Dorcas». Y ella abrió los ojos y al ver a Pedro, se incorporó. Él, dándole la mano, la levantó (40-41). Entonces llamando a las viudas y a los que estaban allí, la presentó viva. ¡Lo increíble sucedió! Las viudas vieron el milagro. Estaban maravilladas y sorprendidas. Nunca antes había sucedido algo así en Jope. Todas miraban fijo a Dorcas para ver si era cierto que estaba viva. ¡Antes de que llegara Pedro, ellas tenían todo preparado para el sepelio; ahora la estaban viendo con vida! Las mujeres se gozaron y alabaron a Dios por este milagro, y la Biblia nos dice que muchas personas en esa ciudad creyeron en Dios debido a ese milagro.
Agradó a Dios traer a Dorcas a la vida nuevamente porque Él conocía su corazón. Sabía de su compasión y de su amor por Dios y los pobres y enfermos de la ciudad. Para eso vino Jesús, el Hijo de Dios, al mundo, para bendecir y salvar a los pobres y necesitados y a todos los que creen en Él. En el Evangelio de Juan 3:17, la Biblia nos dice: «Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él«. Dorcas amaba a Dios y lo demostró usando el regalo de sus dos manos para servir a las personas en su comunidad y vecindario. Sirvió a Dios sirviendo a la gente que tenía a su alrededor.
Y tú mi amiga, ¿cómo usas tus manos? ¿Has pensado qué puedes hacer con ellas en agradecimiento a Dios que te las regaló? El ejemplo de Dorcas es un desafío para cada una de nosotras. Como hemos dicho anteriormente, las manos son dos maravillosas herramientas que Dios nos dio al nacer. Usa tus valiosas manos para servir a quienes tienes a tu alrededor. Hoy, si aún no lo has hecho, entrégale tus manos a Jesús y pídele que las use para bendición a quienes tienes cerca de ti. Mira tus manos y recuerda las manos de Dorcas. Digamos juntas una oración:
Señor y Dios nuestro:
Gracias por las manos que me diste. Quiero usarlas para hacer el bien y bendecir a quienes están cerca de mí. Muchas gracias por las manos de Jesús que fueron clavadas en una cruenta cruz por amor a mí. Señor, consagro mis manos a ti. Que siempre busque hacer el bien.
Amén