Jacob y Esaú

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¡He aquí cuan maravilloso y cuan agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía!
Salmo 133:1

 

Hemos estado hablando acerca del orden en que hemos nacido  (si nos tocó nacer primeras o últimas o si somos hijas únicas) y hemos dicho que el orden de nacimiento influye en nuestro carácter o personalidad. En la Biblia encontramos una interesante historia acerca de unos mellizos. Aunque eran mellizos uno de ellos nació primero que el otro y eso influyó en el comportamiento de cada uno a medida que fueron creciendo. Mucho tuvo que ver también en el desarrollo del carácter de cada uno, el trato que les dieron el papá y la mamá a medida que los fueron criando en su hogar. Es una historia real por demás interesante y te la vamos a contar. Es la historia de Jacob y Esaú que la podemos leer en el libro del Génesis de la Biblia. Su mamá se llamó Rebeca y su papá fue Isaac.

El Salmo 133 de la Biblia dice: “¡He aquí cuan maravilloso y cuan agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía!”. Estoy segura de que si tienes hijos estarás de acuerdo en que es algo hermoso de experimentar en la familia: los hijos disfrutando unos con otros y viviendo en armonía. Luego el salmo añade que la armonía es como un fragante aceite y es como el rocío de la mañana que desciende sobre los montes. Yo estoy plenamente de acuerdo con estas palabras. La armonía dentro de la familia es maravillosa, agradable, preciosa y refrescante.

Hemos escuchado que el orden en el nacimiento de los bebés puede afectar el carácter de nuestros hijos. Estoy segura de que las madres podemos identificarnos con eso también. No deja de ser menos importante cómo tratamos nosotras las mamás esas diferencias. Una abuela amiga me ha contado acerca de sus dos nietos, un varón y una niña la más pequeña. El hermano parecía sentirse amenazado por las habilidades de su pequeña hermana y constantemente estaba diciendo cosas de ella tales como: “No, eso no es correcto”, “tú no lo hiciste bien” o “no lo puedes hacer adecuadamente”, y ella se frustraba mucho. El papá le decía: “No es una linda manera de hablarle así a tu hermana. ¿Te parece que eso la hará sentirse bien?”. Él estaba de acuerdo con que no lo era, y el papá le preguntó: “¿Qué podrías decirle para lograr que se sienta bien?”. Eso le hacía pensar en el efecto negativo de sus palabras sobre la niña, y trataba de pensar en algo útil y positivo para decirle. Pasando los meses ellos aprendieron la lección. Podías verlos a los dos trabajando juntos en la realización de un cuadro y ayudándose el uno al otro, diciendo palabras lindas y halagadoras de los logros de cada uno. Para los abuelos fue muy placentero y precioso oír palabras de ánimo de un hermano al otro.

En el primer libro de la Biblia, el Génesis, se narra la historia de dos hermanos mellizos, y queremos compartirla contigo. Rebeca tuvo mellizos. Estos hermanos tenían un problema de posición en la familia aún desde antes de nacer. ¿Cómo lo sabemos? Así lo describe la Biblia (en Génesis 25: 22): “Los dos hijos luchaban uno contra otro en el ceno de su madre.” Así que ella fue a consultar a Dios acerca de eso y preguntó: “¿Por qué me sucede esto?” El Señor dijo a Rebeca: “Dos naciones hay en tu vientre, y dos pueblos que estarán separados desde tus entrañas. Un pueblo será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor”. Rebeca no necesitó que le hicieran un ultrasonido como las madres se hacen hoy día para averiguar si tienen mellizos en su interior. Ella descubrió mucho más que eso acerca de sus mellizos: cómo continuarían luchando uno con otro al ir creciendo.

Podemos saber un poco más acerca de ellos y cómo se trataron pasando el tiempo. Me imagino que entre sus luchas debían tener momentos de paz y armonía. Todo lo que nos dice la Biblia es: “Los niños crecieron” (Génesis 25:27). Luego sabemos cuán diferentes fueron ambos. Esaú (el primero en nacer) llegó a ser un habilidoso cazador, hombre de campo, mientras que Jacob era la clase de persona que le gustaba permanecer en casa. ¿Cómo reaccionaron los padres frente a esta gran diferencia de sus hijos? Leemos que Isaac prefería a Esaú, porque comía de su caza, pero Rebeca prefería a Jacob. ¿Puedes comprender esto? El padre favoreciendo al hijo que iba al campo, un habilidoso cazador, un hombre fuerte, pero Rebeca favoreciendo y protegiendo a su hijo menor que quizás era más sensible y gustaba quedar en casa con su madre. Este favoritismo condujo a toda clase de problemas y decepciones para estos dos jóvenes mientras continuaron luchando por una posición y poder.

Como madres tenemos que ser cuidadosas acerca de favoritismos con nuestros hijos. Cada hijo es diferente y es natural que nosotras mostremos nuestro amor por ellos de diferentes maneras; aun la disciplina que les aplicamos. Pero tenemos que pedirle a Dios que nos ayude a ser justos como padres y mostrarles igual amor y cuidado a cada uno.

Continuemos con el relato como lo leemos en la Biblia: “Cierto día Jacob preparó un guisado. Y cuando Esaú volvía del campo, cansado, dijo a Jacob:’Por favor invítame a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado’. Y Jacob respondió: ‘Véndeme primero tu primogenitura‘”. La “primogenitura” era un honor especial dado a los hijos que nacían primeros. Incluía una doble porción de la herencia de la familia junto al honor de que un día llegarían a ser los líderes de la familia. Dos cosas estaban sucediendo aquí: Jacob vio su oportunidad de “sacar ventaja” con Esaú y lograr una gran herencia y poder sobre su hermano. Esaú por otra parte mostró completa desconsideración por el honor y el valor de su primogenitura.

Esaú estaba controlado por sus sentimientos de hambre y cansancio por tanto respondió: “’¡Mira, he aquí que me voy a morir de hambre! ¿De qué, pues me servirá la primogenitura?’. Dijo Jacob: ‘¡Júramelo ahora!’. Él se lo juró y vendió a Jacob el hermano menor su primogenitura. Así menospreció Esaú su lugar como hermano mayor«. Lo que sucedió ese día causó el más profundo y duradero conflicto entre estos dos hermanos. Y lo que Dios había dicho a Rebeca cuando ellos eran dos pequeños bebés aún en el seno de su madre se cumplió: ellos llegarían a pertenecer a naciones rivales y  el mayor serviría al menor.

Estoy segura que a todas nosotras las que somos madres nos gustaría ver que nuestros hijos se amen y se cuiden entre ellos. Eso solo puede suceder cuando los padres damos el ejemplo mostrando mucho amor del uno hacia el otro y también por cada uno de nuestros hijos. Dios nos dice en Su Palabra en el Salmo 127:3 que los hijos son un regalo del Señor, recompensa es el fruto del vientre. En el Salmo el 139:13 leemos: “Porque tú formaste mis entrañas, me entretejiste en el vientre de mi madre«. Y el 127:1: “A menos que el Señor edifique tu casa, en vano trabajan los que la edifican.”

¿Qué significa esto? A menos que le pidamos a Dios que nos ayude a construir nuestro hogar y nuestra familia, no tendremos un modelo por medio del cual medir nuestra paternidad. Si honramos a Dios y Su Palabra y enseñamos a nuestros hijos a hacer lo mismo, descubriremos que ellos también nos honrarán como padres, y entonces podremos experimentar que los hermanos y hermanas vivan juntos en armonía. Cuando logramos eso se cumple lo que dice la palabra de Dios en el Salmo 133, que es maravilloso y placentero habitar los hermanos juntos en armonía.

Te invito a orar conmigo por un momento y digamos juntas:

Querido Padre Dios:
Gracias por habernos creado de la manera que somos. Gracias por los hijos que son un regalo y una bendición tuya en la familia. Ayúdanos a ser padres que te amemos y te honremos a ti y seamos de ese modo un modelo para que nuestros hijos también te amen y te honren con sus vidas. Que nuestro hogar sea un lugar de paz y armonía.
Amén.

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