Las monedas de la viuda

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En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”.
Lucas 21: 3-4.

 

La Biblia, la Palabra de Dios, nos dice que cuando Jesús vivió en la tierra conoció a una pobre viuda. Su esposo había muerto, dejándola sola con la difícil tarea de ganar dinero para poder sostenerse a sí misma. Me la imagino pobremente vestida y sus ropas gastadas. Quizás más de una vez no sabría de dónde obtendría la próxima comida o se tendría que ir a su cama sin haber comido. Cada moneda ganada o que alguien le hubiere dado era preciosa para ella porque eso significaría que podría comprar algo para comer. Quizás no tenía un hogar y debía dormir por las noches en las calles de su ciudad. No sabemos si las personas que pasaban a su lado eran amables con ella. Tampoco sabemos su nombre.

Pero sí sabemos que un día caminó hasta el templo en Jerusalén. Era una Semana Santa y muchas otras personas llegaban allí desde muchas partes viajando largas distancias para llevar sus ofrendas al tesoro del templo. Allí afuera, la viuda se habría cruzado con hombres y mujeres bien vestidos con sus coloridas y finas ropas. Con sus adornos y joyas porque era una fiesta especial y las mujeres se veían muy hermosas y bien vestidas.  Esta pobre mujer viuda también habrá visto a los escribas y a los fariseos a la entrada y por los escalones del templo. Eran personas preparadas y bien educadas que dirigían las actividades en el templo. Allí estaban vestidos con sus largas túnicas y con su impresionante presencia. Todos les trataban con honor y respeto. Llevaban sus importantes ofrendas para ser depositadas en el lugar. Cualquiera podía notar lo que ellos llevaban para ofrendar. Por otro lado, estaba la viuda sosteniendo dos pequeñas monedas en su mano y quizás hasta se sintió avergonzada por algo tan insignificante que tenía para ofrecer a Dios. No tenía mucho para dar, pero era todo lo que tenía.

Estoy segura que ella quería agradar a Dios ofreciéndole más que esas dos pequeñas monedas, pero allí estaba a la entrada del templo, rodeada de personas ricas y hermosamente vestidas y todo lo que tenía para ofrecer a Dios eran esas dos pequeñas monedas que sostenía en la palma de su mano.

Sí, esa era la realidad, eso era todo lo que tenía y nada más. Había mucho movimiento y ruido en el lugar. Gente que entraba y salía y se movía por el atrio del templo. También estaba la viuda. Vio el arca de las ofrendas junto a la pared. Los ricos se aproximaban y dejaban caer sus ofrendas en cantidad para que todos lo notaran. Silenciosamente la mujer caminó hasta el arca de las ofrendas y allí depositó sus dos moneditas. Sin mirar a nadie comenzó a retroceder para abandonar el templo, dejando atrás a los ricos y bien vestidos hombres y mujeres. Quizás pensó y se preguntó si Dios se habría agradado de sus dos pequeñas monedas. Al salir debería pensar en cómo hallar su próxima comida del día.

¡Pero había mucho que esta pobre mujer no sabía! Mientras se entretuvo mirando el movimiento de personas y la presencia de los escribas y fariseos no notó que había alguien dentro del templo, cerca de la caja de las ofrendas observando también cómo cada uno ponía sus ofrendas. Ese alguien la identificó y vio todo lo que ella hizo allí dentro. Ella no pasó desapercibida. Era Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo quien estando en el atrio del templo, observó a la viuda desde que entró y hasta que se retiró del lugar, también cuando colocó las dos monedas en la caja de las ofrendas.

Como ves, Jesús conocía la vida de esta pobre viuda. Sabía que esas dos pequeñas monedas eran todo lo que ella poseía. Vio su corazón, que lo hizo para adorar a Dios y que realmente hubiera querido tener más para ofrendar a Dios. Entonces la Biblia nos cuenta: “Jesús, volviéndose a sus discípulos les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos estos de su abundancia echaron a las ofrendas, pero ésta, de su pobreza, echó todo el sustento que tenía” (Lucas 21: 3-4).

Hay una gran diferencia entre el valor comercial de las monedas de la viuda y su valor espiritual. En el mercado, con las dos monedas no podría comprar una pieza de pan, mientras que con las ofrendas de los ricos sí podría comprar todo el pan necesario, los vegetales y la carne para hacer sus comidas. Pero Jesús está diciendo que el valor de las monedas de la viuda es más grande que el valor de las ofrendas de los ricos porque ella dio todo lo que tenía. Los ricos solo pusieron una pequeña porción de todo lo que tenían. No sé si la mujer escuchó lo que Jesús dijo de ella. Espero que ella haya sabido que su regalo trajo mucho gozo a Jesús, el Hijo de Dios. Además, Dios permitió que la historia de lo que hizo esta mujer quedara registrada en la Biblia para que a través de las generaciones podamos seguir hablando y aprendiendo de lo que ella humildemente hizo por el Señor.

La pobre viuda dio todo lo que tenía porque amaba a Dios. Quiso agradarle y honrarle con lo que tenía. Quizás tú no tengas dos monedas para dar. Sin embargo, Dios se complace cuando le damos nuestro tiempo y cuando le damos nuestro amor, cuando amamos a otros y les ayudamos o damos palabras de ánimo o colaboramos para el bien de nuestra sociedad. Dios se agrada cuando das gozosa y generosamente de lo que tienes como lo hizo esta pobre viuda porque ella amaba a Dios. Debemos reconocer que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a Dios porque todo proviene de Su mano llena de amor.

 

Decide darle a Dios algo de lo mucho que Él te da. Recuerda: Dios es el dueño de todo lo que somos y tenemos
Decide honrarle con tu vida, ya sea poco ya sea mucho. Todo le pertenece al Señor.

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