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En el cuento de hadas, una reina y su espejo mágico entablaban un diálogo diario. La reina comenzaba con una pregunta: “¿Espejito, espejito en la pared, quién es la más bella de todas?”. Aunque sabía exactamente cual era la respuesta, ella sentía un inmenso placer en las palabras que el espejo le decía. Invariablemente respondía: “Mi Reina, tú
eres la más hermosa de la tierra.” Como el espejo nunca mentía, su repuesta era todo lo que ella necesitaba
escuchar para aumentar su confianza.
Sin embargo, un fatídico día el espejo respondió con una verdad distinta a la que la reina esperaba: Que otra doncella en el bosque era, en efecto, más bella. La impactante verdad la sumió en un estado de profunda angustia. A partir de ese momento, la Reina se obsesionó con la idea de eliminar a su rival. Ella no estaba dispuesta a vivir en un mundo en el que no fuera la número uno. Una simple mirada al espejo fue suficiente para sacudir toda la vida de esta mujer.
Aunque los espejos no hablan en la vida real, ¡nos revelan verdades innegables todos los días! Cuando nos miramos en el espejo, como revelan una multitud de facetas de nosotras mismas. No siempre nos gusta lo que vemos. Cuando notamos imperfecciones, intentamos conseguir la iluminación adecuada o incluso cambiar de posición para mejorar la imagen que se refleja en nosotras. Después de unos minutos de “luchar” con lo que vemos, entendemos que nada va a cambiar. El espejo no miente. En un buen día, podemos aceptar lo que vemos; en un día difícil, nos esforzamos para evitar el objeto colgado en la pared, tratando de escapar del recordatorio visual de las imperfecciones que nos causan angustia. ¿Alguna vez te has mirado al espejo y has visto mucho más que tu reflejo físico? Puede revelar un poco de miedo oculto, una raíz de amargura, un toque de celos, esos puntos feos que realmente no nos gusta reconocer. Sabemos que mover el objeto de un lado a otro no ayudará, así que buscamos una mejor luz buscando respuestas en otro lugar: Hablamos con algunas personas claves. Acudimos a aquellas personas que aman al Señor y nos aman lo suficiente como para decirnos la verdad. Puede que no siempre sea fácil de escuchar lo que tienen de decir, pero los amigos sinceros sirven como espejos invaluables. “En las heridas del amigo se puede confiar,” leemos en Prov. 27:6ª.
David es uno de los personajes más queridos de la Biblia, sus Salmos nos muestras cuánto amaba genuinamente al Señor. Tienen reflejos claros de sus días buenos y malos. Pero incluso David necesitaba ayuda para ver sus puntos ciegos.
El profeta Natán fue un espejo increíble para David. Tal vez recuerdes que Natán le contó al rey una historia sobre un hombre rico que lo tenía todo y, sin embargo, tomó la única cordera que pertenecía a un hombre pobre. David ardió de ira y dio su veredicto: ¡El hombre rico y codicioso tenía que morir! Fue entonces cuando Natán le dijo claramente que la historia se refería al propio rey. Al contemplar su feo reflejo David declaró: “He pecado contra el Señor.”
Puede que el rey no haya disfrutado lo que vio en el espejo, pero no luchó contra ello; más bien , se ocupó de ello. “Entonces te declaré mi pecado y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor.” Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” (Salmo 32:5).
Estoy profundamente agradecida por los “espejos” esclarecedores que han adornado mi vida a lo largo de los años. Espero que tú también tengas espejos que reflejen fielmente la verdad y te guíen en tu propio camino.