Editorial de Agosto 2006

«La tortuga y la niña»
31 julio 2006
«Cariñoso Salvador»
7 agosto 2006

Mi querida intercesora,

Dios nos está llamando a orar para que Su poderosa sanidad sea derramada sobre las mujeres de todas partes que están siendo profunda y permanentemente lastimadas.

Gracias por estar dispuestas a «orar sin cesar» este mes por las lastimadas y vulnerables víctimas de violación. ¿Has conocido alguna víctima de violación? Quizá hasta eres una de ellas. Están donde sea en nuestras comunidades, iglesias y familias. Para mi ellas resumen y personifican el «quebranto».
Ellas han visto sus cuerpos, almas, esperanzas, sueños y futuro hechos añicos en millones de pedazos. Algunas me han contado como soportaron el abuso y la violación diariamente por años. Otras, en un momento fugaz, efímero han perdido su sentido de seguridad e integridad.

Dañadas en su integridad, muchas de ellas luchan disfrazando (camuflando) su dolor detrás de muros de éxito, perfeccionismo y hueca felicidad. Otras derrumbadas en la depresión, enojo y a menudo en estilos de vida pecaminosos y pervertidos.

La verdad es que ni una está inmune de algún grado de daño y quebranto en su vida. Satanás, el destruidor, merodea como un león rugiente, buscando a quien devorar. Es mi oración que nos mantengamos en guardia mientras intercedemos por aquellos que han caído víctimas de sus trampas. Pero es tan maravillosos recordar que Dios tiene cuidados intensivos para los heridos. Yo he visto muchas de esas vidas quebradas siendo sanadas por el Señor. El las entiende porque también fue quebrantado, herido, abusado y despreciado.
Una y otra vez la herida interior infestada aparece, pero cuando los recuerdos penosos y el enojo son entregados en los seguros y eternos brazos de Jesús, nuestro Gran Médico, esos recurdos se deslizan de las vidas rotas de estas mujeres.
Los sentimientos de indignidad y vulnerabilidad son reemplazados por una esperanza significativa y renovada.
Aunque el daño es imposible de olvidar, su poder destructivo es quitado. Realmente llegan a ser libres.

Con expectación doblemos nuestros corazones y nuestras rodillas, clamando por la victoria sobre el destruidor. Reclamemos el poder y protección sanadora de Dios, para las mujeres en riesgo, para las que sobreviven y para aquellas que ingenuamente se colocan en situaciones de riesgo. Pueda la sabiduría de Dios estar sobre ellas como un refugio, protección y gracia.

Permaneciendo el El,
Marli Spieker

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