La importancia de la sangre

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Cuando llegué a ser madre y mis hijos eran pequeños, casi a diario sucedía algún incidente donde podíamos ver algo de sangre. Verles sangrar siempre me impresionaba. Aún cuando el corte fuere tan sólo un raspón en la rodilla podría ser un momento de temor y preocupación. Recuerdo que al verles a ellos sangrando, también me parecía dolerme a mí sus heridas. Inmediatamente les lavaba con agua limpia y jabón y les limpiaba con una gasa para ver cuan profunda sería la herida. Si no era nada importante les alzaba en mis brazos y con unos besos y caricias les animaba a volver a sus juegos. Si la herida era importante recuerdo que salía inmediatamente para el hospital para hacerlo ver por un médico.

Todo esto me recuerda el amor y la ternura de Dios mi Creador. Como siempre quiso levantarme al verme triste o herida, en algún dolor, temerosa, o sola. El quiso sanar mis heridas y hacer que todo esté mejor. Con ese toque de Dios siempre puedo volver a mis tareas con nuevas fuerzas y ganas.

Es tan consolador saber que Dios conocer todo acerca de mi cuerpo. Después de todo es mi Padre Celestial y mi creador. Él entiende mis emociones aún cuando yo no puedo. Conoce mis pensamientos y sabe como me siento espiritualmente. Me conoce muy bien, es lo que dice el Salmo 139 de la Biblia (139:1-5; 13-14)
“Oh Señor, tu me has examinado el corazón y lo sabes todo respecto a mi. Sabes si me siento o me levanto. Cuando estoy lejos, sabes como es cada uno de mis pensamientos. Trazas la senda delante de mi y me indicas donde meterme y descansar. Cada momento sabes donde estoy. Sabes lo que voy a decir antes que lo diga.
Vas delante y detrás de mí y colocas tu mano de bendición sobre mi cabeza.
Tú hiciste delicadas las partes internas de mi cuerpo y las uniste en el vientre de mi madre.
Gracias por haberme hecho tan admirablemente complicado. Es admirable pensar en ello. ¡Maravillosa es la obra de tus manos!”

Como ves amiga, Dios sabe cuando tenemos problemas. Sabe cuando tenemos miedo, temores e inquietudes personales o acerca de nuestros seres queridos. Él sabe de nuestras soledades y sentimientos interiores que nunca le contamos a nadie. Quiere tomarnos en sus brazos así como el pastor levanta a sus corderos y los lleva seguros y rodeados de cariño.
Nuestro Dios quiere sostenernos y abrazarnos para mostrarnos su amor y cuidado. El nos cuida así como una buena madre abraza y cuida con ternura a su hijo cuando llora. Con cuidado lava sus heridas le consuela, le limpia sus lágrimas y luego con un beso y un abrazo le asegura que todo está bien. El niño cobra ánimo y está pronto para salir a jugar nuevamente. Así también Dios quiere mostrarnos su amor. Espera le digamos de nuestros dolores y penas. Dios quiere asegurarnos que está con nosotras mientras salimos al mundo cada día.

Ya que hablamos de heridas y sangrado, quiero recordarte que Jesús el Hijo de Dios, fue herido, derramó su sangre y murió por mí y por ti.
Él nació para morir. Quizás te resulte difícil de creer pero así fue. Bajó del cielo y vivió como un hombre. Fue un ejemplo de cómo vivir una vida que agrade a Dios. Él sabía que el propósito principal de su vida aquí en la tierra era morir para pagar por los pecados de toda la humanidad.

Finalmente llegó el día cuando Jesús debió cumplir con el propósito de su vida. Jesús murió de una manera horrible. Su cuerpo sufrió muchas heridas. La carne de su espalda fue destrozada por látigo. Su frente fue atravesada por las espinas de la corona que le pusieron en la cabeza. Su cuerpo soportó una gran agonía mientras cargaba con la pesada cruz de madera. Sus manos y sus pies fueron traspasados por largos clavos.
Su costado fue abierto con una lanza, y sangre y agua brotaron de su interior mostrándonos que su corazón había estallado del sufrimiento terrible que soporto. Sufrió mucha sed. No sólo sufrió el dolor físico sino el emocional y el espiritual también.
Por primera vez Jesús el hijo de Dios fue separado de Dios el padre en una manera que nosotras jamás podremos entender. Dios el Padre quien es Santo, no pudo mirar el pecado de la humanidad que Jesús estaba cargando en ese momento; por eso Jesús clamó “Mi Dios, Mi Padre, porque me has desamparado” (Mt. 27:46). La agonía de esta separación fue más dolorosa que el dolor físico por la tortura por la cual pasó.

Jesús, quién era en forma humana, sufrió grandemente para morir por los pecados de todo el mundo. Su amor por ti y por mi es tan grande que haría cualquier cosa por salvarnos, sufrió todo eso para llevarnos nuevamente, a Dios de quien nos hemos alejado. Jesús sufrió voluntariamente los dolores de la muerte en al cruz por ti y por mi. Jesús mismo dijo “nadie puede matarme, sin mi consentimiento. Yo doy la vida voluntariamente. Tengo el poder de darla cuando quiera, pero también el poder de recuperarla” (Jn. 10:17-18).

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