“El otro día me quedé mirando fijo las manos de mi madre. Ella estaba recostada sobre la cama descansando un rato y no se percató de mi entrada furtiva a su dormitorio. La miré de pies a cabeza, pero fueron sus manos las que me llamaron mucho la atención.
Las manos de mi madre están arrugadas. Sus venas se ven abultadas, gruesas líneas de piel como cordoncillos dispersos se cruzan entre sí. De pronto, sus manos me parecieron feas. Me puse a meditar en lo que esas manos significaban para mi y al mirarlas de nuevo, las vi hermosas, fuertes, como envueltas en una luz diamantina.
Esas manos fueron tiernas y débiles un día, como las mías de niño; luego crecieron y cobraron fuerzas y se hicieron bonitas. Pero el paso de los años y el sello del trabajo las envejecieron y arrugaron. Ahora son manos de una mujer anciana, encina noble que se ha ido doblegando ante los ímpetus de la vida.
Yo amo esas manos. Ellas se abrieron para cargarme cuando yo apenas era un bultito de carne y huesos. Siempre estuvieron solícitas para guiar mis pasos trémulos en la niñez, inciertos en mi juventud y aún no siempre firmes en mi adultez. Esas manos prepararon con amor sin igual los alimentos que me dieron crecimiento. Más de una vez apretaron la vara para corregirme por alguna falta cometida. Fueron manos constructoras que tenían el encanto de transmitir amor y estímulo. Por los dedos de esas manos se derramó la luz de un corazón amante, o fueron como hilos dorados que se entretejieron para darme protección. En el hogar esas manos siempre estaban ocupadas haciendo mil cosas, siempre abiertas para hacer el bien.
Ahora son manos temblorosas, arrugadas y sin mucha fuerza, pero no han dejado de ser una inspiración para mí, porque ellas todavía se estiran para abrir la puerta al hijo que vuelve a la casa, para preparar la taza de café con que me obsequia durante mis visitas, para saludar a cuantos se acercan a ella.
Antes de salir del cuarto, me incliné y besé suavemente esas manos, esas bellas manos de mi dulce madre. Desde el fondo de mi corazón elevé una oración dándole gracias a Dios por las manos arrugadas de mi madre.
7 Comments
Bello este pensamiento.Dios padre bendice a su autor y sigue usandolo para tu reino.
lindo poema, lo leí hace unos 15 años y me he acordado esta noche de el mientras dormia; he pensado mucho en mi madre y mis abuelas que Dios todo poderoso las bendiga y las guarde ya que ellas me han sabido guiar por el camino del bien enseñandome las cosas buenas gracias Señor
me parece hermosìsima esta evocacion de las manos de una madre; no puedo dejar de recordar las de mi madre, aunque hoy mis manos estan tambien arrugadas y nudosas…
Hermoso escrito, gracias.
Es increible como puede sintetizar el amor que debemos tener por nuestras madres. siempre agradecer a Dios que pudo estar con nosotros. guiandonos, sirviendonos, amandonos. definitivamente son una bendicion Divina.
Rodaron lágrimas por mis mejillas
Muy hermosas esa palabras . Robaron mis lágrimas.❤️😘