La historia de Ana

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Hoy queremos contarte una historia verdadera de la Palabra de Dios. Para muchas mujeres es su historia favorita porque habla acerca de una mujer que enfrentó profundas desilusiones y dolores, debido a muchos celos y rivalidades dentro de su hogar. Ya verás cuántas cosas difíciles vivió esta mujer, pero la historia termina con un final maravilloso y sorprendente.

Estoy segura de que todas sufrimos desilusiones en la vida y quizás también celos y rivalidades. Al leer este relato puedo comprender por qué había celos en esa familia. Es la historia de un hombre y sus dos esposas. Una de ellas tenía hijos y la otra no. Las dos mujeres se celaban por el amor de su esposo. Y a ti amiga, ¿te ha pasado tener que sufrir algo así? No es fácil, ¿verdad? Pero a medida que vayas escuchando esta historia verás que una de las mujeres mostró mucho valor en su situación de vida y tomó importantes decisiones para lograr cambiar las cosas para el bien de ella y de su pueblo.

Esta historia la puedes leer en tu Biblia, en el primer capítulo de Primera de Samuel en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel estaba ocupando la tierra que Dios les dio, a la que conocemos como «Tierra Prometida». Vivían allí y no tenían rey. El lugar principal de adoración estaba en una ciudad llamada Silo, y Elí era el sacerdote que ministraba en ese momento. Era costumbre que los israelitas cada año fueran a ese lugar para adorar a Dios. Todas las familias iban hasta allí para una fiesta especial donde podían recordar cómo Dios les había protegido en su viaje a esa Tierra Prometida, y celebraban las bendiciones de Dios por las cosechas. Así que los sacrificios eran parte de esta gran fiesta; era un tiempo especial y muy feliz para todas las personas de la comunidad.

Lo que queremos contarte sucedió en una parte montañosa donde vivía Elcana con sus dos mujeres: Ana la esposa amada y Penina. Penina tenía hijos y Ana no. Cada año Elcana se preparaba y realizaba este viaje con sus dos mujeres y los hijos de Penina. El propósito era ir a adorar a Dios y ofrecer sacrificios al Señor por las bendiciones recibidas. Cuando llegaba el día de ofrecer sus sacrificios comían juntos como familia. Este hombre solía darle a Penina y a todos sus hijos e hijas la porción de alimento que les correspondía. Pero a Ana le daba una porción especial pues la amaba a pesar de que el Señor la había hecho estéril. Penina, su rival solía atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril. Cada año sucedía lo mismo, Penina la atormentaba hasta que Ana se ponía a llorar y no quería comer. Entonces el esposo le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?».

Una vez cuando ellos terminaron de comer y beber en el festival, Ana se levantó y fue al lugar de adoración. Elí el sacerdote estaba sentado cerca de la puerta de entrada de la casa de adoración. Ana entró al lugar y lloró amargamente mientras oraba al Señor. Le hizo una promesa a Dios y le dijo: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya, y si en vez de olvidarme te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré por toda su vida. Será tuyo para siempre».

Como Ana estuvo orando largo rato al Señor, Elí se fijó en su boca. Sus labios se movían pero debido que Ana oraba en voz baja, no se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha así que le dijo: «¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!». «No mi señor, no he bebido ni vino, ni sidra. Soy solo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción». «Vete en paz», respondió Elí. «Que el Dios de Israel te conceda lo que has pedido». Ella respondió: “Oh, gracias, señor”. Ana se despidió y regresó a comer y no estuvo más triste.”

Ana oró a Dios y le contó todo lo que pesaba sobre su corazón. El pueblo de Israel había perdido el verdadero valor de la oración. Pero Ana sintió un deseo profundo de volcar toda su angustia delante de Dios. Era la esposa predilecta pero sufría las humillaciones de la otra mujer por no tener hijos. Ana con determinación va con fe delante del Señor. Ella sabe que Dios es el autor de la vida y puede darle un hijo. Muestra humildad y sumisión delante de Dios y se refiere a sí misma como la sierva del Señor. Dios escuchó su oración y le dio ese hijo tan deseado al cual llamó Samuel. Como lo había prometido, entregó su hijo al servicio de Dios. Con mucho amor de madre ella exclama: “Por este niño oraba y Dios me dio lo que le pedí”.

Antes de dejar a su hijo en el tabernáculo Ana eleva una oración a Dios; es una oración de victoria y de gratitud. Ahora como madre, expresa y demuestra su felicidad y el gozo que siente en su alma por la respuesta de Dios a su oración que había elevado desde lo más profundo de su ser en el tiempo de la angustia. Ella dice: “Mi corazón se alegra en el Señor, en Él radica mi poder. Puedo celebrar su salvación”.

Nadie es Santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. ¡No hay nadie como Él! ¡El Señor es un Dios que todo lo sabe! Y Él es quién juzga las acciones! La estéril ha dado a luz, pero la que tenía hijos languidece. Del Señor viene la muerte y la vida. El Señor da la riqueza y la pobreza; humilla pero también enaltece. Levanta del polvo al desvalido y saca del basurero al pobre para sentarlo en medio de príncipes. Él guiará los pasos de los fieles pero los malvados se perderán entre las sombras. ¡Nadie triunfa por sus propias fuerzas!«.

Qué razón tuvo Ana al expresar en su oración “Nadie triunfa por sus propias fuerzas”. Esa fue su experiencia. No podía tener hijos. Reconocía que los hijos son un regalo de Dios a las madres y a los padres. El Señor tenía su tiempo y su manera para que esta humilde mujer obtuviera lo que tanto anhelaba. Él le permitió ser madre de un hijo maravilloso que llegó a ser famoso en su pueblo Israel. El Señor, a su debido tiempo escuchó el llanto de dolor de Ana y respondió a su oración. Pasando los años Dios la volvió a bendecir a Ana dándole tres varones y dos niñas más para llenar su casa de alegría.

La historia de Ana me recuerda que Dios se interesa y sufre cuando tenemos dolor en nuestros corazones por alguna razón. Él no es insensible a nuestro sufrimiento. No solo nos escucha cuando lloramos de dolor sino que también nos escucha y responde cuando clamamos a Él por algo que pesa y agobia nuestro espíritu. Como Ana tenemos que aprender a humillarnos ante Dios. Ella dijo: «Señor soy tu sierva». Aceptemos el cuidado de Dios sobre nuestras vidas; solas no podemos. Dios es nuestro Creador y sabe qué estamos necesitando. No permitamos que las pruebas de la vida apaguen nuestra fe y confianza en Dios, sino al contrario, busquémosle de corazón porque Él está presente en cada momento.

Ana fue al lugar de adoración para buscar un rincón tranquilo donde poder volcar todo el dolor de su corazón delante de Dios. Allí pudo decirle cuán miserable se sentía y cuánto necesitaba de Dios en su vida. Dios sabe lo que hay en nuestros corazones por tanto no debemos esconder nuestros sentimientos delante de Él.

Cuando comenzamos la historia bíblica de estas mujeres dijimos que una de ellas mostraría mucho valor, mucho coraje. Estuvo dispuesta a tomar una decisión y cambiar su miserable vida de una buena vez y así lo logró. Ana obtuvo lo que quería pero ella sabía que no sería en sus fuerzas sino por la misericordia de Dios hacia ella, por tanto no olvidó agradecer a Dios por el gozo que rebosaba en su corazón; y así lo hizo.

Tú y yo seguramente olvidamos dar gracias a Dios más de una vez debido a que estamos tan enfocadas en nuestros problemas que olvidamos que todo proviene de Su mano. Te invito a ser agradecida y recordar que todo proviene de la mano del Señor. Agradece por tu hogar, por tu familia, por los alimentos, por el aire que respiras y cuántas cosas más. Diremos por todo porque todo proviene de su mano generosa. Oremos juntas ahora dándole gracias a Dios por todo lo que somos y tenemos porque todo proviene de Su mano.

Señor:
Gracias por ser nuestro Padre Celestial y nuestro Creador. Te pedimos por nuestra amiga oyente que sufre por algo muy especial. Consuela su corazón y responde a su oración conforme a tu voluntad dándole lo que necesita. Gracias por la vida, por la ropa, por los alimentos. Gracias por nuestros hogares y por tu amor tan grande hacia nosotras.
Amén

1 Comment

  1. […] o no. Oramos a Dios por tu vida y por tu hogar. Te invitamos a continuar leyendo el artículo «La historia de Ana«, donde te contaremos acerca de una mujer muy especial de la cual nos habla la […]

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